Madame Bovari
Autor: Gustave Flaubert
El estilo literario llamado realismo, surgido en el siglo XIX, y que se caracteriza por una meticulosa observación y descripción de los detalles de la vida, es el estilo que imprimió el escritor francés Gustave Flaubert en su novela Madame Bovary escrita en 1857. De tal manera que a este autor se le considera el ejemplo más claro del realismo meticuloso.
El tema y la muerte de Madame Bovari no es un tema de vanguardia en la época post moderna en que vivimos. Los tiempos modernos exigen criterios actuales. En una época donde suceden las muertes más terribles y aterradoras que se puedan imaginar, donde vemos que la mafia cuenta con sus propias fosas clandestinas; donde los cuerpos de los hombres descansan en paz y sus cabezas ruedan por los antros de mala muerte; donde se priva de la libertad de las personas y no se les respeta su vida; donde el abandono del recién nacido y donde el aborto, clandestino o no, lo ejercen muchas mujeres; donde vemos homicidios por envenenamiento a figuras de la vida publica; o donde la muerte de una pareja de adolescentes por envenenamiento se concreta en algún parque de la ciudad por motivos de una sociedad déspota y opresora que no entiende, que nunca ha entendido, el amor adolescente.
Por todos estos lúgubres y macabros motivos, por esta desvalorización que vivimos en pleno siglo XXI, la conducta y la muerte de Madame Bovari viene a ser pecata minuta; viene a ser “de los males el menos”. Su conducta resulta parvuliana si la comparamos con la inmoralidad y acontecer cotidiano de nuestros días.
Los tiempos modernos exigen criterios modernos. Sin embargo, tomando en cuenta el contexto histórico en que se desarrolla Madame Bovari, podemos decir que resultó inadmisible la conducta de Emma ante los ojos de la moral francesa de hace 150 años, de tal manera que Emma se vio hostigada y perseguida por la elite social francesa, dando por resultado una fuerte acusación de inmoralidad sobre el autor y editor de la obra, amén de la censura de que fue objeto.
Emma vivió y sufrió entre el amor y la muerte. Vivió engañando y fue engañada, vivió amando y fue amada, y gozó del fruto prohibido, mientras el destino entretejía las redes oscuras de su muerte.
Pero también sufrió en el transcurrir de su vida diaria y amorosa. Sufrió el tedio conyugal de Carlos, sufrió la decepción y el desprecio en sus amantes; sufrió por el amor ausente de su hija Berta, y sufrió amargamente la agonía de su muerte, donde los estragos causados por el envenenamiento desfiguraron, en buena medida, su ego y el esplendor de su belleza.
Carlos Bovari fue pieza clave y causa principal de las decisiones que fue tomando su esposa Emma. Su apatía, su mediocridad, su insulsa personalidad y su incultura en diversos temas, además de la vulgaridad en muchos de sus actos, chocaron con la distinción y belleza, con la cultura y el refinamiento de la esplendorosa mujer, abriendo el camino y empujándola involuntariamente hacia otros más varoniles y refinados brazos.
Y ahí entraron gustosos los Leones y los Rodolfos; entraron a sofocar la lava volcánica que corría por sus venas; y entraron a mitigar ese embrujo de pasiones carnales que quemaban hasta la urdimbre, las fibras mas íntimas de su ser.
Y, finalmente, angustiada por la incapacidad de cubrir los compromisos económicos causados por un consumismo vanidoso y exagerado, agobiada por el desprecio de sus amantes, y sufriendo la más profunda de las depresiones, se vio obligada y empujada a escapar por la puerta falsa; abrió la puerta falsa y se fue a reunir con el grupo de los suicidas.
Realizó un acto honroso, según la creencia del imperio romano, donde el filósofo Séneca, ensalzaba al suicidio como un acto último de una persona libre.
Fue un pecado, dijera San Agustín. Debe estar en el segundo nivel del infierno dantesco al lado de Cleopatra, dijeran otros. Triste condena y destino el de Emma Bovari.
El estilo literario llamado realismo, surgido en el siglo XIX, y que se caracteriza por una meticulosa observación y descripción de los detalles de la vida, es el estilo que imprimió el escritor francés Gustave Flaubert en su novela Madame Bovary escrita en 1857. De tal manera que a este autor se le considera el ejemplo más claro del realismo meticuloso.
El tema y la muerte de Madame Bovari no es un tema de vanguardia en la época post moderna en que vivimos. Los tiempos modernos exigen criterios actuales. En una época donde suceden las muertes más terribles y aterradoras que se puedan imaginar, donde vemos que la mafia cuenta con sus propias fosas clandestinas; donde los cuerpos de los hombres descansan en paz y sus cabezas ruedan por los antros de mala muerte; donde se priva de la libertad de las personas y no se les respeta su vida; donde el abandono del recién nacido y donde el aborto, clandestino o no, lo ejercen muchas mujeres; donde vemos homicidios por envenenamiento a figuras de la vida publica; o donde la muerte de una pareja de adolescentes por envenenamiento se concreta en algún parque de la ciudad por motivos de una sociedad déspota y opresora que no entiende, que nunca ha entendido, el amor adolescente.
Por todos estos lúgubres y macabros motivos, por esta desvalorización que vivimos en pleno siglo XXI, la conducta y la muerte de Madame Bovari viene a ser pecata minuta; viene a ser “de los males el menos”. Su conducta resulta parvuliana si la comparamos con la inmoralidad y acontecer cotidiano de nuestros días.
Los tiempos modernos exigen criterios modernos. Sin embargo, tomando en cuenta el contexto histórico en que se desarrolla Madame Bovari, podemos decir que resultó inadmisible la conducta de Emma ante los ojos de la moral francesa de hace 150 años, de tal manera que Emma se vio hostigada y perseguida por la elite social francesa, dando por resultado una fuerte acusación de inmoralidad sobre el autor y editor de la obra, amén de la censura de que fue objeto.
Emma vivió y sufrió entre el amor y la muerte. Vivió engañando y fue engañada, vivió amando y fue amada, y gozó del fruto prohibido, mientras el destino entretejía las redes oscuras de su muerte.
Pero también sufrió en el transcurrir de su vida diaria y amorosa. Sufrió el tedio conyugal de Carlos, sufrió la decepción y el desprecio en sus amantes; sufrió por el amor ausente de su hija Berta, y sufrió amargamente la agonía de su muerte, donde los estragos causados por el envenenamiento desfiguraron, en buena medida, su ego y el esplendor de su belleza.
Carlos Bovari fue pieza clave y causa principal de las decisiones que fue tomando su esposa Emma. Su apatía, su mediocridad, su insulsa personalidad y su incultura en diversos temas, además de la vulgaridad en muchos de sus actos, chocaron con la distinción y belleza, con la cultura y el refinamiento de la esplendorosa mujer, abriendo el camino y empujándola involuntariamente hacia otros más varoniles y refinados brazos.
Y ahí entraron gustosos los Leones y los Rodolfos; entraron a sofocar la lava volcánica que corría por sus venas; y entraron a mitigar ese embrujo de pasiones carnales que quemaban hasta la urdimbre, las fibras mas íntimas de su ser.
Y, finalmente, angustiada por la incapacidad de cubrir los compromisos económicos causados por un consumismo vanidoso y exagerado, agobiada por el desprecio de sus amantes, y sufriendo la más profunda de las depresiones, se vio obligada y empujada a escapar por la puerta falsa; abrió la puerta falsa y se fue a reunir con el grupo de los suicidas.
Realizó un acto honroso, según la creencia del imperio romano, donde el filósofo Séneca, ensalzaba al suicidio como un acto último de una persona libre.
Fue un pecado, dijera San Agustín. Debe estar en el segundo nivel del infierno dantesco al lado de Cleopatra, dijeran otros. Triste condena y destino el de Emma Bovari.
Libro recomendado por el regidor Guillermo Zamora