Tratado de los delitos y de las penas
Autor: César Bonesano
César Bonesano; podemos iniciar comentando que nació en Milán en 1735 tiempos en que la Inquisición, su crueldad y su bárbara forma de aplicar la justicia criminal estaban en su mayor expresión, considerándose desde muy chico amigo de la razón y de la humanidad, puesto que su labor fue la defensa del ser humano de las manos de la increíble crueldad con la que castigaba la justicia criminal de aquella época.
Era de familia si bien no humilde tampoco abundante en riquezas, pero es preferible mencionar los factores que influyeron al engrandecimiento de tal personaje.
Naturalmente, su educación fue impecable, a cargo de ilustres figuras como Montaigne, Condillac Montesquieu y Voltaire, por mencionar a algunos. Ésta y más situaciones, pienso yo, fueron sólo uno de los impulsos que llevaron a cada uno de los inmortales escritos del marqués, que por cierto fueron bastantes, pero pudieron haber sido muchos más si no hubiese existido tanta limitación.
Mencionar la palabra limitación refiere a la época en la que se enfrentó a persecuciones, engaños, mentiras y trampas por parte de sus enemigos, desde luego hablemos de la inquisición que en aquel tiempo tenia el control casi total, y digo casi total porque existían también personas preocupadas por el triunfo de la razón y de la justicia aplicada correctamente.
A la edad de veintidós años lo planeaba, a los veinticuatro lo inició, y dos años más tarde lo publicó, el inmortal Tratado de los delitos y de las penas, publicado en Milán en 1764. Desde luego el impacto fue tal que atrajo la atención primero de toda la población de Europa que tenía educación como para entender tal escrito, y fue también aliciente para escritos similares de otros autores, hasta que la mayoría de la gente empezaba a tomar un fuerte interés, pues descubrieron que defendía la desgracia de los inocentes, mas no menospreciaba la justicia, simplemente corregía la barbarie con la que la aplicaban.
Personalmente, una de las frases que mayor impresión me causó fue: “Si defiendo los derechos de la humanidad y la verdad eterna y pudiese arrancar a la tiranía o a la ignorancia fanática algunas de sus víctimas, las lágrimas de gozo y las bendiciones de un solo inocente vuelto en reposo me consolarían del desprecio del resto de los hombres”. Desde luego esta frase y su tratado se convirtieron en la garantía de las víctimas de la justicia humana.
Sin embargo, no todo era gloria y regocijo, pues fue sometido a críticas espantosas y su tratado fue traducido con modificaciones para acusarlo de blasfemia. Lo calificaron también como mal escrito y débilmente pensado, lo calumniaron y persiguieron a tal grado de llegar a pensar sacrificar su escrito y quemarlo. Pero fue la protección de sus amigos y profesores y la aceptación, conocimiento y aprobación de cada vez más hombres de mérito superior lo que lo impulsaron a no dar marcha atrás.
Cada vez tuvo más prestigio y mayor reconocimiento en toda Europa hasta que se consideró que era necesario que continuara elevando la voz a favor de los desgraciados, pero poco tiempo después, en 1975, padeció de muerte cerebral, lo que causó su muerte.
Indiscutiblemente un hombre que buscaba el regocijo de la vida pacíficamente; considerado pacifico amigo de la verdad, hubiese podido hacer mucho más no sólo por Europa sino por el mundo y las miles de generaciones venideras, pero las limitantes que tuvo en su vida definitivamente lo detuvieron.
Autor: César Bonesano
César Bonesano; podemos iniciar comentando que nació en Milán en 1735 tiempos en que la Inquisición, su crueldad y su bárbara forma de aplicar la justicia criminal estaban en su mayor expresión, considerándose desde muy chico amigo de la razón y de la humanidad, puesto que su labor fue la defensa del ser humano de las manos de la increíble crueldad con la que castigaba la justicia criminal de aquella época.
Era de familia si bien no humilde tampoco abundante en riquezas, pero es preferible mencionar los factores que influyeron al engrandecimiento de tal personaje.
Naturalmente, su educación fue impecable, a cargo de ilustres figuras como Montaigne, Condillac Montesquieu y Voltaire, por mencionar a algunos. Ésta y más situaciones, pienso yo, fueron sólo uno de los impulsos que llevaron a cada uno de los inmortales escritos del marqués, que por cierto fueron bastantes, pero pudieron haber sido muchos más si no hubiese existido tanta limitación.
Mencionar la palabra limitación refiere a la época en la que se enfrentó a persecuciones, engaños, mentiras y trampas por parte de sus enemigos, desde luego hablemos de la inquisición que en aquel tiempo tenia el control casi total, y digo casi total porque existían también personas preocupadas por el triunfo de la razón y de la justicia aplicada correctamente.
A la edad de veintidós años lo planeaba, a los veinticuatro lo inició, y dos años más tarde lo publicó, el inmortal Tratado de los delitos y de las penas, publicado en Milán en 1764. Desde luego el impacto fue tal que atrajo la atención primero de toda la población de Europa que tenía educación como para entender tal escrito, y fue también aliciente para escritos similares de otros autores, hasta que la mayoría de la gente empezaba a tomar un fuerte interés, pues descubrieron que defendía la desgracia de los inocentes, mas no menospreciaba la justicia, simplemente corregía la barbarie con la que la aplicaban.
Personalmente, una de las frases que mayor impresión me causó fue: “Si defiendo los derechos de la humanidad y la verdad eterna y pudiese arrancar a la tiranía o a la ignorancia fanática algunas de sus víctimas, las lágrimas de gozo y las bendiciones de un solo inocente vuelto en reposo me consolarían del desprecio del resto de los hombres”. Desde luego esta frase y su tratado se convirtieron en la garantía de las víctimas de la justicia humana.
Sin embargo, no todo era gloria y regocijo, pues fue sometido a críticas espantosas y su tratado fue traducido con modificaciones para acusarlo de blasfemia. Lo calificaron también como mal escrito y débilmente pensado, lo calumniaron y persiguieron a tal grado de llegar a pensar sacrificar su escrito y quemarlo. Pero fue la protección de sus amigos y profesores y la aceptación, conocimiento y aprobación de cada vez más hombres de mérito superior lo que lo impulsaron a no dar marcha atrás.
Cada vez tuvo más prestigio y mayor reconocimiento en toda Europa hasta que se consideró que era necesario que continuara elevando la voz a favor de los desgraciados, pero poco tiempo después, en 1975, padeció de muerte cerebral, lo que causó su muerte.
Indiscutiblemente un hombre que buscaba el regocijo de la vida pacíficamente; considerado pacifico amigo de la verdad, hubiese podido hacer mucho más no sólo por Europa sino por el mundo y las miles de generaciones venideras, pero las limitantes que tuvo en su vida definitivamente lo detuvieron.
Libro recomendado por Francisco Barruelas Martínez